Hechos 14, 19-28: “Contaban a la comunidad cristiana lo que había hecho Dios por medio de ellos”
Salmo 144: “Bendigamos al Señor eternamente. Aleluya”
¡Cómo quisiéramos que esas palabras de Jesús se hicieran realidad en este día! ¡Cómo necesitamos la paz! Las encuestas, los comentarios, las esperanzas o las desesperanzas, están fuertemente relacionados con la inseguridad, con el crimen, con la corrupción. Hemos perdido la paz y queremos que Cristo hoy nos proporcione esa paz. Y entendemos claramente que no es la paz del mundo que se basa en las armas, en los castigos, en las penas y en las venganzas. Queremos esa paz que brota desde el interior de la persona porque está tranquila nuestra conciencia. Queremos esa paz y seguridad que se siente cuando se mira el rostro del otro y se descubre la sonrisa y el gesto del hermano. Queremos esa paz donde la pareja dialoga, se apoya, se perdona y se entiende. Queremos encontrar la verdadera paz del hogar donde cada casa sea un nido de amor y no una cueva de pleitos y discusiones. Las enormes marchas que desfilaron por todas nuestras ciudades parecían tener todos, un mismo objetivo que en silencio gritaba: “paz”. Pero es que no hemos entendido ni aceptado la paz que Jesús propone. Cuando Él habla de que la felicidad se encuentra en el servicio, nosotros decimos que se encuentra en el poder; cuando Él nos enseña que el que quiera ser el mayor se haga el último, nosotros nos peleamos por ser los primeros; cuando Él reconoce en cada persona un hermano, nosotros descubrimos o un enemigo o alguien a quien utilizar para nuestros propósitos. Cuando Él habla del amor, del perdón, de la reconciliación, nosotros hablamos de venganzas, de desquites y de egoísmos. Hemos puesto en nuestro corazón bienes y ambiciones que no nos conducen a la paz y después nos asustamos de que nuestro corazón está angustiado. Hemos enseñado que vale más quien más tiene, y después nos horrorizamos de los crímenes en las luchas de poder. Ponemos nuestra esperanza en el dinero y en el placer, y después nos descubrimos huecos, vacíos y sedientos. Hoy, Señor Jesús, queremos pedirte que nos otorgues esa paz que prometiste. Ya sabemos que no la hemos merecido y que nos hemos equivocado en nuestros caminos, pero insistimos en que querremos tu paz. Tú purifica y renueva nuestro corazón y concédenos tu paz.
+ Enrique Díaz Díaz
Obispo Auxiliar de San Cristóbal de las Casas
Obispo Auxiliar de San Cristóbal de las Casas
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