martes, 24 de mayo de 2011

Discernir el camino de la vida

“Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida” (Jn 14)
Es importante tener siempre una palabra que nos ayude a retomar el camino, a clarificar la verdad y a realizar la vida. Ya en otros momentos hemos reflexionado lo grave que ha sido para todas la épocas la pérdida del sentido. Nos hemos convertido en insensatos: sin sentido de la vida, de la verdad y mucho menos del camino que debemos seguir.

 
Es necesario caer en la cuenta de lo urgente de saber discernir. No somos ajenos a las inmensas propuestas que surgen día a día con apariencia de verdad, con estrategias de mercadotecnia que nos quieren vender hasta la felicidad. Sería muy ingenuo quien creyera que puede comprar la realización o la felicidad en algún lugar. Pero los sofismas nos lo presentan de tal modo que pueden engañarnos.
El Papa Benedicto en su Encíclica Spes Salvi nos ha alertado sobre lo difícil que es mantener la esperanza en un mundo que no sabe a dónde va o cuando se ha confundido fincando sus ilusiones  en lo pasajero: ¿Qué significa realmente « progreso »; qué es lo que promete y qué es lo que no promete? Ya en el siglo XIX había una crítica a la fe en el progreso. En el siglo XX, Theodor W. Adorno expresó de manera drástica la incertidumbre de la fe en el progreso: el progreso, visto de cerca, sería el progreso que va de la honda a la superbomba. Ahora bien, éste es de hecho un aspecto del progreso que no se debe disimular. Dicho de otro modo: la ambigüedad del progreso resulta evidente. Indudablemente, ofrece nuevas posibilidades para el bien, pero también abre posibilidades abismales para el mal, posibilidades que antes no existían. Todos nosotros hemos sido testigos de cómo el progreso, en manos equivocadas, puede convertirse, y se ha convertido de hecho, en un progreso terrible en el mal. Si el progreso técnico no se corresponde con un progreso en la formación ética del hombre, con el crecimiento del hombre interior (cf. Ef 3,16; 2 Co 4,16), no es un progreso sino una amenaza para el hombre y para el mundo”. (22)
La razón y la libertad, son facultades que nos ayudan en el progreso y la realización de nuestro ser  y también en el  desarrollo de la sociedad. El Papa sigue iluminando con su reflexión cuando afirma que: Por lo que se refiere a los dos grandes temas « razón » y « libertad », aquí sólo se pueden señalar las cuestiones relacionadas con ellos. Ciertamente, la razón es el gran don de Dios al hombre, y la victoria de la razón sobre la irracionalidad es también un objetivo de la fe cristiana. Pero ¿cuándo domina realmente la razón? ¿Acaso cuando se ha apartado de Dios? ¿Cuándo se ha hecho ciega para Dios? La razón del poder y del hacer ¿es ya toda la razón? Si el progreso, para ser progreso, necesita el crecimiento moral de la humanidad, entonces la razón del poder y del hacer debe ser integrada con la misma urgencia mediante la apertura de la razón a las fuerzas salvadoras de la fe, al discernimiento entre el bien y el mal. Sólo de este modo se convierte en una razón realmente humana. Sólo se vuelve humana si es capaz de indicar el camino a la voluntad, y esto sólo lo puede hacer si mira más allá de sí misma. En caso contrario, la situación del hombre, en el desequilibrio entre la capacidad material, por un lado, y la falta de juicio del corazón, por otro, se convierte en una amenaza para sí mismo y para la creación. Por eso, hablando de libertad, se ha de recordar que la libertad humana requiere que concurran varias libertades”(23).
El desarrollo pleno del hombre es posible si tiene una referencia que descubre desde la fe y de la razón:” Digámoslo ahora de manera muy sencilla: el hombre necesita a Dios, de lo contrario queda sin esperanza. Visto el desarrollo de la edad moderna, la afirmación de san Pablo citada al principio (Ef 2,12) se demuestra muy realista y simplemente verdadera. Por tanto, no cabe duda de que un « reino de Dios » instaurado sin Dios –un reino, pues, sólo del hombre– desemboca inevitablemente en « el final perverso » de todas las cosas descrito por Kant: lo hemos visto y lo seguimos viendo siempre una y otra vez. Pero tampoco cabe duda de que Dios entra realmente en las cosas humanas a condición de que no sólo lo pensemos nosotros, sino que Él mismo salga a nuestro encuentro y nos hable. Por eso la razón necesita de la fe para llegar a ser totalmente ella misma: razón y fe se necesitan mutuamente para realizar su verdadera naturaleza y su misión”. (23)
 No podemos confundirnos y errar la búsqueda, el hombre tiene un único fin, y que debe descubrirlo desde lo más íntimo de su ser, ahí descubrirá que la plenitud de la vida se basa en seguir el camino de la verdad y la verdad es la que nos hace libres.

+ Rogelio Cabrera López
Arzobispo de Tuxtla

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