La tragedia en Japón no sólo ha activado la emergencia humanitaria y las alarmas radioactivas. También comienza a activar los fanatismos que quieren ver este acontecimiento como un presagio del fin del mundo, relacionándolo con el año 2012. Incluso estas visiones fundamentalistas pretenden basarse en la Biblia.
El tema del fin del mundo aparece de cuando en cuando. Ha aparecido en muchos momentos de la historia, por ejemplo, cuando se termina un siglo, o un milenio. Por cierto que a nosotros nos tocó vivir el inicio del siglo XXI y la llegada del tercer milenio y se escuchó hablar de este tema.
También se habla del fin del mundo cuando algún iluminado se lanza a hacer pronósticos supuestamente basándose en la Biblia. Ayer, por ejemplo, hubo gente que se enganchó con estas predicciones y ahora tendrán que volver a empezar después de haberse liberado de sus pertenencias y haber cancelado todos sus compromisos. Las redes sociales estuvieron comentando este tema de manera sarcástica o de manera seria, pero en todo caso monitoreando el avance del 21 de mayo y reportando cualquier variación.
Se trata de un tema que le ha servido a algunas sectas o pseudo predicadores “made in USA” que desde el siglo XIX se han atrevido a predecir el fin del mundo para meterle miedo a la gente, para presionarlos con la amenaza de la catástrofe que se espera, o para fomentar fanatismos religiosos.
Pero este enfoque catastrofista que se le da al fin del mundo no tiene su fundamento en la Biblia. La Biblia no es un libro de códigos y misterios que haya que descifrar para escapar de la catástrofe. La Biblia es la Palabra de Dios que nos presenta un mensaje no basado en amenazas sino en su proyecto de amor, de rescate y salvación de la humanidad.
Los textos apocalípticos que aparecen en la Biblia vienen para levantarnos la esperanza y no para meternos miedo. Vienen a decirnos que los trabajos y las fatigas no son una pasión inútil, porque después de la gran tribulación el Señor volverá sobre las nubes. Y el Señor no es el “coco” al que se le tiene miedo, o un destructor, o un vengador, sino el Padre, el creador de cielo y tierra que vendrá a darle plenitud a su obra.
Confesar que el mundo tiene fin significa reconocer que el mundo no es Dios, y que nada ni nadie es Dios dentro del mundo. Ni las multinacionales, ni los partidos políticos, ni el poder, ni el dinero; nada es Dios dentro del mundo. Y todo lo que se endiosa cae de manera estrepitosa.
Cuando una parte de este mundo se sacraliza, se sustrae a toda crítica y a todo cambio, y se presenta como absoluto e incuestionable, entonces se niega el fin del mundo; lo cual precipita a este mundo hacia su destrucción. Confesar que el mundo tiene fin es desenmascarar las ideologías, derribar los ídolos, liberarse de toda dominación, sobreponerse a las tribulaciones y generar una esperanza contra toda esperanza humana.
Pero el fin del mundo no significa el aniquilamiento, la destrucción, sino el momento en que Dios con su infinito misterio de amor lo abraza, lo envuelve y lo salva. Porque Dios, nuestro Padre, ha dicho “amén” al mundo que ha creado. Y el “amén” de Dios al mundo es Jesucristo, su rostro misericordioso que ha vuelto hacia nosotros. Cuando Jesús venga, el mundo llegará a su fin, no a su aniquilamiento.
Sin embargo, como Jesús mismo lo señaló, no sabemos ni el día ni la hora. San Agustín decía al respecto que: «Se nos ha ocultado esa hora, para que seamos fieles durante todos los días».
Si algún día Dios decidiera dar a conocer a una persona un mensaje trascendente y verdaderamente importante no sería un mensaje de destrucción o de amenaza, sino en todo caso una estrategia para poder salir de la situación de violencia e inseguridad en la que nos encontramos. Dios revelaría, en todo caso, el camino para poder superar los graves problemas que enfrentamos a nivel personal, social, familiar y mundial.
Pbro. José Juan Sánchez Jácome
Oficina de Comunicación Social
Arquidiócesis de Xalapa
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