martes, 17 de mayo de 2011

Dejarnos conducir hacia el bien


“Yo soy la puerta; quien entre por mí se salvará, podrá entrar y salir y encontrará pastos. El ladrón solo viene a robar, a matar y a destruir. Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia” Jn 10, 9-10

El mundo que nos toca vivir va muy de prisa. Sus propuestas llegan rápidamente y debemos decidir casi inmediatamente. Por esa razón, ya nos detenemos menos a reflexionar, aventuramos a veces casi imprudentemente. Cuando vemos las consecuencias nos lamentamos. Ya no consultamos a otros nuestros proyectos y  decisiones. Ir al psicólogo, terapeuta, director espiritual o al amigo sensato, se ha perdido. Queremos caminar solos o al menos eso creemos, que vamos solos.

Hemos relativizado el bien, con solo pensar que mientras me sienta subjetivamente o anímicamente bien, entonces creo estar mejor. Olvidamos que el bien en ocasiones supone algún sacrificio o sufrimiento. Requiere discernir entre lo bueno y los mejor, entre el bien y el supremo bien. Todo ello, no es tarea fácil.

Dejarnos conducir, implica saber escuchar, saber confiar. Implica, estar seguro de  lo que quiero y a dónde pretendo llegar, cuáles son mis metas. ¿De quiénes nos hemos rodeado, de amigos verdaderos, o de cómplices que nos dan por nuestro lado y aplauden, aun, nuestras torpezas como hazañas?.

El Papa Benedicto XVI, nos ha ilustrado en su Encíclica Spes Salvi, sobre un periodo en la historia, como ejemplo de la búsqueda del bien: En el s. XVIII no faltó la fe en el progreso como nueva forma de la esperanza humana y siguió considerando la razón y la libertad como la estrella-guía que se debía seguir en el camino de la esperanza. Sin embargo, el avance cada vez más rápido del desarrollo técnico y la industrialización que comportaba crearon muy pronto una situación social completamente nueva: se formó la clase de los trabajadores de la industria y el así llamado « proletariado industrial », cuyas terribles condiciones de vida ilustró de manera sobrecogedora Friedrich Engels en 1845. Para el lector debía estar claro: esto no puede continuar, es necesario un cambio. Pero el cambio supondría la convulsión y el abatimiento de toda la estructura de la sociedad burguesa. Después de la revolución burguesa de 1789 había llegado la hora de una nueva revolución, la proletaria: el progreso no podía avanzar simplemente de modo lineal a pequeños pasos. Hacía falta el salto revolucionario. Karl Marx recogió esta llamada del momento y, con vigor de lenguaje y pensamiento, trató de encauzar este nuevo y, como él pensaba, definitivo gran paso de la historia hacia la salvación, hacia lo que Kant había calificado como el « reino de Dios ». Al haber desaparecido la verdad del más allá, se trataría ahora de establecer la verdad del más acá. La crítica del cielo se transforma en la crítica de la tierra, la crítica de la teología en la crítica de la política. El progreso hacia lo mejor, hacia el mundo definitivamente bueno, ya no viene simplemente de la ciencia, sino de la política; de una política pensada científicamente, que sabe reconocer la estructura de la historia y de la sociedad, y así indica el camino hacia la revolución, hacia el cambio de todas las cosas. Con precisión puntual, aunque de modo unilateral y parcial, Marx ha descrito la situación de su tiempo y ha ilustrado con gran capacidad analítica los caminos hacia la revolución, y no sólo teóricamente: con el partido comunista, nacido del manifiesto de 1848, dio inicio también concretamente a la revolución. Su promesa, gracias a la agudeza de sus análisis y a la clara indicación de los instrumentos para el cambio radical, fascinó y fascina todavía hoy de nuevo. Después, la revolución se implantó también, de manera más radical en Rusia” . (21)

Los hombres y mujeres de todos los tiempos han buscado caminos para salir adelante, valiéndose de la filosofía, de la economía y de la política, sin embargo las inquietudes siempre permanecen en el corazón humano. Nuestra tarea de todos los tiempos es saber discernir, para exponer con mayor sensatez las realidades y  presentar caminos   que puedan responder a conseguir el bien común. Dejarse guiar en la búsqueda del bien será una gran ayuda.

+ Rogelio Cabrera López
Arzobispo de Tuxtla

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