Homilía III Domingo de Pascua Ciclo A
1.- INTRODUCCIÓN.
Después de haber celebrado la Octava de Pascua que culminó el domingo pasado, continuamos, contemplando y asimilando espiritualmente con alegría y gratitud a Dios, el misterio de Cristo resucitado a lo largo de los días de la Cincuentena Pascual, que se cerrará con el Domingo de Pentecostés, cuando el Espíritu Santo prometido por Cristo, descendió sobre los Apóstoles en compañía de María en el cenáculo de Jerusalén, posándose sobre sus cabezas en forma de lenguas de fuego y fortaleciéndolos, fueran sus testigos valientes y cualificados para llevar adelante el mandato de Jesús para anunciar la buena nueva del Reino a todos los hombres.
Estos días reaniman nuestra esperanza cristiana, poniendo nuestra mirada en la persona del Señor resucitado, quien vive permanentemente en el centro irradiante de su Iglesia, como prolongación de sí mismo e iluminar al mundo con la luz del evangelio en los momentos de depresión y desaliento, pero sobre todo, superando las tristezas de esta vida con el gozo de la compañía de Cristo a lo largo de la historia de la salvación, hasta que Él vuelva lleno de gloria y majestad para juzgar a los vivos y a los muertos en la plenitud del Reino de Dios, cuando Él sea todo en todas las cosas del cielo y de la tierra.
2.-- JESÚS RESUCITADO COMPAÑERO DE CAMINO DE LOS DOS DISCÍPULOS DE EMAÚS.
El evangelista San Lucas es el único que nos narra este episodio pascual, cuando dos discípulos regresan de Jerusalén a Emaús, caminando desalentados y sintiéndose defraudados por el gran profeta poderoso en palabras, señales y milagros, cuya vida prometedora de liberación, había quedado en nada, después que los jefes del pueblo judío lo habían juzgado y condenado a morir en el patíbulo de la cruz. Ya era el tercer día desde la muerte de Cristo… y nada sucedió, según la esperanza que los había alentado. Jesús los alcanza, se une a su caminar, preguntándoles de qué hablaban. Cuando le comunican el tema de su conversación, Cristo los fue llevando poco a poco a la realidad sorprendente y maravillosa de su Resurrección de entre los muertos, hasta que llegados a la aldea a donde se encaminaban y cayendo la tarde, lo invitaron a quedarse con ellos. Cristo aceptó y cuando comenzaba la cena, lo reconocieron con la acción de gracias y la fracción del pan. Entonces se desapareció, con lo cual se abrieron los ojos de la mente y del corazón para reconocerlo y aceptarlo. Llenos de gozo y con ansias de misión, regresaron esa misma noche a Jerusalén para comunicar a los demás discípulos lo que les había sucedido y cómo al partir el pan lo reconocieron resucitado.
3.- ALGUNOS ASPECTOS O CLAVES A CONSIDERAR, A PARTIR DEL ENCUENTRO DE CRISTO RESUCITADO CON LOS DISCÍPULOS DE EMAÚS.
A).- El cumplimiento de las Escrituras.
Jesús hace ver a los discípulos de Emaús, que las Escrituras en muchos y diversos pasajes anunciaron que el Mesías, después de predicar la Buena Nueva del Reino de Dios, debía padecer, morir y resucitar al tercer día, para salvar a los hombres de las tinieblas del pecado y del maligno. Descubre que el Antiguo Testamento era un anuncio profético de su Pascua de muerte y resurrección. Que la figura daba paso ahora a la realidad brillante de su Resurrección, para dar seguridad y certeza de fe a todos los discípulos que creyeran en Él y su evangelio a través de todas las generaciones hasta completar el número de los elegidos.
B).- La Eucaristía.
Cuando Jesús da gracias al Padre eterno y parte el pan, lo reconocen. El mismo en la última cena en el cenáculo de Jerusalén había adelantado de manera incruenta su sacrificio cruento en la cruz y ahora en Emaús, hizo ver y recordar el rito de la institución de la Eucaristía, de acuerdo a lo que leemos en San Pablo y los evangelios sinópticos. Por tanto, no podemos prescindir de la perspectiva eucarística que evidentemente subyace en el texto que ahora comentamos. Así lo entendió desde el principio la tradición y la práctica litúrgica de la comunidad cristiana, enriqueciendo este pasaje lucano con una nueva y fundada referencia cultual que da vida constantemente a la Iglesia, quien cotidianamente celebra el misterio eucarístico de Cristo, muerto y resucitado, hasta que vuelva lleno de gloria y majestad.
C).- La Comunidad.
Con algunos estudiosos de la Biblia, podemos ver un esquema de catequesis que Jesús da a los discípulos de Emaús. Ellos, de alguna manera, representan a todos los que caminamos por la vida y necesitamos ser reconfortados con las enseñanzas y presencia del Señor resucitado. Jesús muerto y resucitado ha reunido a su comunidad de creyentes ayer, hoy, mañana y para siempre. A partir de Él, en torno a Él y con Él, y por Él, los cristianos somos testigos de su persona y de su evangelio avalados por la gloria trascendente, segura y gozosa de su nueva dimensión de existir, llenando con firme fe, esperanza y amor a todos los discípulos que crean y lo prediquen en todo momento y circunstancia de la vida de las comunidades y pueblos de la tierra.
4.- CONCLUSIÓN.
¡Grande es nuestra responsabilidad cristiana, porque mientras no vivamos a fondo estas claves del encuentro de Cristo con todos y cada uno de sus discípulos, en fraternidad, concordia y amor; servicio y donación al estilo de Cristo y sus santos, no podremos alcanzarlo ni podremos mostrarlo a los demás, porque no lo hemos reconocido en la acción de gracias y en la fracción del pan!...
Ciudad de Nuestra Señora de los Zacatecas, a 8 de mayo de 2011.
+ Fernando Mario Chávez Ruvalcaba
Obispo Emérito de Zacatecas
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