viernes, 20 de mayo de 2011

Lectio Divina, Domingo 5º del Tiempo Pascual

“Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida”
Juan 14,1-12[1]

1. Lectura
¿Qué les pide Jesús a los discípulos? ¿En quién también deben creer los discípulos si creen en Dios?
¿Qué hay en la casa del Padre? ¿Qué hará Jesús? ¿Qué hará Jesús cuando les haya preparado un lugar a los discípulos? ¿Qué es lo que ya saben los discípulos según Jesús (v. 3)? 
¿Cuál es la preocupación y pregunta de Tomás? ¿Qué le responde Jesús? (vv. 5-7) Según la respuesta de Jesús ¿a través de quién se va al Padre? ¿A quién se conoce por medio de Jesús? ¿Desde cuándo los discípulos conocen y han visto al Padre? 
¿En qué consiste la petición de Felipe? (v. 8) ¿Con qué pregunta le responde Jesús? ¿Qué relación encuentras entre las otras dos preguntas que hace Jesús a Felipe y la afirmación “El que me ha visto a mí, ha visto al Padre”?  ¿Dice Jesús palabras por su cuenta?
¿Qué hará el que crea en Jesucristo?
Si tienes un poco más de tiempo lee 13,21-38; identifica tres detalles: la traición de Judas, la despedida y el anuncio de las negaciones de Pedro. ¿Tienen alguna relación con las palabras dramáticas con las que comienza 14,1: “no se turbe su corazón; si creen en Dios, crean también en mí”?
_____________

Para comprender mejor este evangelio consideremos, en primer lugar, la ubicación que le ha dado el evangelista. Estamos en los comienzos de la despedida de Jesús (13,1-17,26); el evangelio no podía ser más dramático: apenas ha pasado el episodio del lavatorio de los pies y Jesús les anuncia dos traiciones (la de Judas y Pedro) y su despedida (13,21-38). Estas tres noticias le dan a nuestro evangelio (14,1-14) un ambiente de tristeza e incertidumbre. Si uno lo iba a traicionar y otro a negar ¿qué se esperaba de los otros? Con razón Jesús comienza invitándolos a la calma, a que no se confundan (v. 1); les pide que “no se turbe su corazón”. Esto es más que un desánimo; es una tristeza que invade a toda la persona[2]. Ya antes, después de la multiplicación de los panes (6,1-15), se había dado una desbandada (6,60.66); ahora había también las mismas posibilidades.
En segundo lugar, parece evidente que las palabras de Jesús de los vv. 2-10 están enmarcadas por la insistencia en creer en la persona de Jesús. Así parece indicarlo la insistencia del v. 1 que es retomada en los vv. 11-12. Da la impresión que los discípulos creen en Dios pero les falta creer más en Jesucristo; de otro modo no se entiende por qué les insiste:“¡Creen en Dios; crean también en mí!” (v.2; también vv. 10.11). Tanta es la incredulidad de los discípulos que les tiene que decir que al menos crean por sus obras (v. 11). Esto explica también la insistencia por parte de Jesús de que es el Camino, la Verdad y la Vida y de que se va al Padre por él (v. 6); además les deja claro que en Él están viendo y conociendo al Padre (vv. 7.9-10).
Debemos señalar en tercer lugar con lo anterior que es en este contexto de incredulidad donde se ubican las intervenciones de Tomás y Felipe. Para el evangelio de Juan, Tomás es el ejemplo de discípulo que no comprende (véase Jn 11,16; 20,24-29); ahora es presentado sin saber a dónde va a Jesús e ignorando el camino para seguirlo. Felipe, por su parte, en las pocas ocasiones que aparece en el evangelio es presentado como un intermediario muy limitado entre la gente y Jesús[3]. La incredulidad o despiste discipular de Tomás y Felipe le permiten al evangelista introducir dos afirmaciones fundamentales: Jesús es el Camino, la Verdad y la Vida, por una parte; y por otra, la identificación de las obras de Jesús con el actuar del Padre (vv. 9-10).
La frase “yo soy el Camino, la Verdad y la Vida” (v. 6) puede entenderse como “yo soy el Camino precisamente porque soy la Verdad y la Vida”; y es que según algunos matices de la lengua griega el segundo “y” (en griego kai) podría significar “es decir”; de este modo la frase quedaría “yo soy el Camino, es decir, la Verdad y la Vida” dando a entender que Jesús es el Camino precisamente porque es la Verdad y la Vida. Esta perspectiva parece sustentarse más en el texto pues hay dos temas dominantes en estos versículos: el camino (vv. 4. 5 (dos veces)  junto con la necesidad de reconocer a Jesús como el único acceso para ir al Padre  (vv. 6. 7. 9. 10. 11. 13).
Por último, la mención de las mansiones del cielo no debe verse como una información del más allá proporcionada por el evangelio de Juan. Algunos Padres de la Iglesia, por influencia de san Irineo, vieron con frecuencia en las “muchas estancias” diferentes grados de bienaventuranza según los méritos de los elegidos. Sin embargo, no es este quizás el sentido más adecuado[4]. La mención de las estancias es un elemento secundario que está en relación con la incredulidad de los discípulos y la manifestación de Jesucristo como el Camino. En dos ocasiones se dice insistentemente que Jesús va a prepararles un sitio a los discípulos (vv. 2.3); se estaría indicando entonces la finalidad última de la fe en Jesús. Si los discípulos creen en Jesús podrán estar donde él. Además, la preparación de las mansiones estaría indicando la precedencia del Señor pues él es el Camino porque es la Verdad y la Vida.  El texto estaría insistiendo, más que en la descripción de un lugar, en la finalidad de la fe en Jesús y en la garantía de que él es realmente el Camino, porque es la Verdad y la Vida.
Con lo anterior podríamos decir que el evangelio quiere insistir en la incredulidad de los discípulos. De acuerdo a este texto no es suficiente con creer en Dios, se debe creer también en Jesucristo. La confusión que manifiestan los discípulos se nota en que no saben a dónde se va, no conocen el camino, no están seguros que realmente en él vean y conozcan al Padre. En el fondo pues el problema es muy serio y no corresponde sólo al tiempo de los primeros discípulos. Existe el riesgo de ser religiosos (creer en Dios) pero no estar adheridos a Jesucristo; una cosa es tener sentimiento religioso y otra tener fe.
Las causas de esta incredulidad y confusión pueden ser las exigencias de Jesús (la más inmediata es la del servicio y del amor como signo principal de los verdaderos discípulos; 13, 15-17.34). Un Jesús demasiado exigente es suficiente pretexto para no hacerle caso. Otra causa podría haber sido su fragilidad ¿cómo era posible que siendo el Hijo de Dios permitiera ser traicionado y negado por dos de sus discípulos más cercanos? No  se descarta la posibilidad de que los discípulos estén desanimados y con peligro de incredulidad por la traición de dos de ellos. La incoherencia de los miembros de la comunidad afectaba profundamente la fe de sus compañeros; la traición hace tambalear la fe de los demás.
Ante esta situación Jesús se presenta como el Camino porque es la Verdad y la Vida. Vale la pena confiar en el Señor, creer en él y seguirlo pues garantiza el acceso al Padre y la auténtica felicidad.

2. Meditación
No basta con tener ciertos sentimientos religiosos o decir que creemos en Dios; debemos creer en Jesucristo, adherirnos a él y asumir el tipo de Dios que nos propuso con su vida.
¿En qué me hace reflexionar esto?
Las exigencias así como los retos que nos plantea el seguimiento de Jesucristo –incluso los malos comportamientos de ciertas personas- con mucha facilidad se pueden convertir en pretexto para no adherirnos a él.
¿En qué me hace pensar este mensaje?

Jesucristo es el Camino porque es la Verdad y la Vida ¿En qué me anima? ¿En qué me hace reflexionar esto? ¿Qué me dice este convencimiento?

3.     Oración
Demos gracias a Dios porque se nos ha manifestado en Jesucristo, el auténtico Camino porque es la Verdad y la Vida.
Pidámosle perdón por las ocasiones en que hemos sido personas de sentimiento religiosa pero no auténticos seguidores de Jesucristo.
Roguémosle también que nos perdone por aquellas ocasiones en que hemos buscado pretextos para no acercarnos y encontrarnos con Jesucristo.
Pidámosle que nos ayude a tener mejores comportamientos que realmente reflejen que seguimos a Jesucristo Camino porque vivimos en la Verdad y a favor de la Vida (desde que comienza hasta que termina).

4.      Contemplación - acción
  Sin duda que creemos en Dios. Pero ¿creemos también en Jesucristo con el rostro con que es presentado en los evangelios?
Creer en el Dios de Jesús exige cambio de pensamientos y comportamientos ¿qué propósito podríamos hacer para que nuestro comportamiento refleje al Dios de Jesús y de este modo a Jesucristo mismo?
¿Cuáles son los pretextos más comunes para no encontrarnos con Jesucristo? ¿Qué podríamos hacer para superarlos?
¿Hemos tenido comportamientos que afectan la fe de nuestros hermanos?
Hagamos un propósito que nos ayude a mostrar a la gente que nos rodea que realmente creemos que Jesucristo es el Camino, la Verdad y la Vida.


P. Toribio Tapia Bahena


[1] Aunque el texto que se propone para ser proclamado en la liturgia es 7,1-12 es necesario tomar en cuenta los siguientes dos versículos para tener una visión más completa (vv. 13-14).
[2] El evangelio utiliza un verbo (en gr. tarásso) que significa sentir dolor, tristeza; como la profunda tristeza que había sentido Jesús con la muerte de Lázaro y al ver llorar a su hermana María y a los judíos que la acompañaban (11,33; véase también 12,27; 12,21).
[3] Así, por ejemplo, Felipe lleva a Natanael ante Jesús pero él mismo sólo lo reconoce como “el hijo de José, el de Nazaret”; en cambio, Natanael lo identificará como Rabí, Hijo de Dios, rey de Israel (1,45-50; véase también 12,20-22).
[4] El evangelio de Juan evoca una imagen muy común en el judaísmo del tiempo de Jesús y de los primeros cristianos que tenía especial preocupación por el mundo venidero. Se imaginaban el cielo como un conjunto de estancias o habitaciones a las que algún día llegarían las personas. Así, por ejemplo,  el Libro de los secretos de Henoc dice: “en el gran siglo (es decir, en el eón futuro) hay muchas moradas preparadas para el hombre: estancias muy buenas, estancias malas, innumerables” (61,3)

No hay comentarios:

Publicar un comentario