Homilía VI Domingo de Pascua Ciclo A
1.- INTRODUCCIÓN.
La presencia gozosa y reconfortante de Jesús resucitado, nos afianza en nuestra fe, alienta nuestra esperanza y se enciende más nuestra caridad.
Cristo ha prometido estar con su Iglesia todos los días hasta la consumación de los siglos. Después de su muerte y resurrección, se ha ido a la derecha del Padre en el cielo. Su presencia prometida se ha realizado en la historia de la salvación en una nueva dimensión, aunque de hecho no esté presente como lo estuvo cuando predicó, hizo milagros y llamó a sus discípulos y apóstoles para que continuaran su presencia y acción en medio del mundo, hasta que Él vuelva lleno de gloria y majestad para juzgar a vivos y muertos alcanzándose así la plenitud y perfección de los que creen en Él.
Cristo ha prometido estar con su Iglesia todos los días hasta la consumación de los siglos. Después de su muerte y resurrección, se ha ido a la derecha del Padre en el cielo. Su presencia prometida se ha realizado en la historia de la salvación en una nueva dimensión, aunque de hecho no esté presente como lo estuvo cuando predicó, hizo milagros y llamó a sus discípulos y apóstoles para que continuaran su presencia y acción en medio del mundo, hasta que Él vuelva lleno de gloria y majestad para juzgar a vivos y muertos alcanzándose así la plenitud y perfección de los que creen en Él.
Esta nueva dimensión de la presencia activa de Cristo hasta la consumación de la historia de salvación, se hace posible y verdaderamente real, al cumplirse la promesa de Jesús a su Iglesia, de que enviaría al Espíritu Santo para que llevase adelante y en todo momento la obra salvadora que El iniciara con su encarnación.
2.- LA PRESENCIA DE JESÚS RESUCITADO EN LA IGLESIA Y PARA EL MUNDO, SE LLEVA A CABO CON LA PRESENCIA Y LA ACCIÓN DEL ESPÍRITU SANTO.
El evangelio de San Juan que leemos en este domingo, nos dice: “No los dejaré desamparados, sino que volveré a ustedes…Yo rogaré al Padre y él les dará otro Paráclito para que esté siempre con ustedes, el Espíritu de la verdad. El mundo no puede recibirlo, porque no lo ve ni lo conoce; ustedes, en cambio, sí lo conocen, porque habita entre ustedes y estará en ustedes”.
Cristo llama Paráclito al Espíritu Santo, quien ha venido a perfeccionar y completar su obra salvadora, según el designio del Padre eterno.
El Espíritu Santo, la tercera Persona de la Santa Trinidad, habita en el corazón y la mente de los creyentes cristianos a través del espacio y el tiempo, mientras se alcance la total pertenencia a Dios, cuando se complete el número de los elegidos. Cuando Dios sea todo en todas las cosas del cielo y de la tierra.
Efectivamente, la presencia y la acción del Espíritu Santo en la Iglesia y en el mundo a salvar es la nueva forma de vivir el Señor resucitado en y entre sus discípulos para siempre. Es el Espíritu de Cristo resucitado quien mantiene unida a la comunidad pascual y la impulsa hacia la audacia evangelizadora con dimensiones de universalidad, rompiendo las expectativas nacionalistas del tiempo de Cristo, de quienes pensaban alcanzar una liberación meramente temporal y política. Este Espíritu, de sabiduría y amor, hace ir más allá en el plano religioso y cultual del estéril legalismo que se vivía en el ambiente judío del tiempo de Cristo.
Ciertamente, el Espíritu es el gran don o regalo de Cristo resucitado por voluntad del Padre de los cielos a la Iglesia nacida del costado de Cristo en la cruz, fecundada y vivificada por el misterio pascual, es decir, de la muerte, resurrección y exaltación gloriosa de Cristo.
3.- SIGNIFICADO DEL ESPÍRITU SANTO COMO PARÁCLITO.
Para que comprendamos el rol del Espíritu Santo en la historia de la Iglesia y del mundo, debemos tener en cuenta el significado que encierra la palabra griega “Paráclito”, aplicada a la Tercera Persona de la Trinidad.
Paráclito significa: consolador en los sufrimientos y pruebas difíciles; defensor, abogado, testigo de Cristo y su evangelio; maestro y guía de los discípulos quien les recordará siempre la revelación y enseñanzas de Cristo, Mesías y Señor; valedor de los discípulos de Jesús, para dar razón de la fe cristiana a todo aquel que la pidiere; compañero que camina al lado de los discípulos de Cristo, para ser fieles y fuertes, en las angustias, tribulaciones y pruebas que se presentan siempre por causa del evangelio, entregando la vida hasta la muerte. El Espíritu Santo es el que da fortaleza, generosidad y hasta alegría, a los seguidores de Jesús, a imitación de los mártires que dieron su vida derramando la sangre hasta el último suspiro de su existencia en la tierra.
4.- CONCLUSIÓN EXHORTATIVA.
Hoy con oración ferviente, agradecemos al Padre eterno, que nos ha dado a Cristo, su Hijo encarnado y al Espíritu Santo consolador. Por ellos vivimos bajo el impulso de la resurrección que nos lleva de este mundo a la casa de Dios para gozar eternamente de su bondad y gloria.
¡Preparémonos, pues, para recibir al Espíritu Santo en la gran Solemnidad de Pentecostés que se avecina y con la cual cerraremos la Cincuentena Pascual, para vivir en el amor de Cristo resucitado todos los días de nuestras vidas, hasta que seamos coronados como premio a nuestras fatigas y trabajos al mantener la unidad del Espíritu con el vínculo de la fraternidad, el perdón y la misericordia; y del servicio para todos los hombres desarrollando la civilización del amor y de la paz en la justicia!...
Ciudad de Nuestra Señora de los Zacatecas a 29 de mayo de 2011.
+ Fernando Mario Chávez Ruvalcaba
Obispo Emérito de Zacatecas
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