Hechos 16, 1-10: “¡Ven a Macedonia y ayúdanos!”
Salmo 99: “El Señor es nuestro Dios y nosotros su pueblo. Aleluya”
¿Por qué dirá Jesús que el mundo odia a sus discípulos? A veces tendríamos la impresión que el verdadero discípulo de Jesús tendría que ser simpático con todos y que atraería hacia él las atenciones y una aceptación generalizada. Pero frecuentemente no es así y baste ver cómo pasó con Jesús. No nos podemos explicar por qué siendo tan generoso, tan sabio y tan aceptado por las multitudes, en cambio produce inconformidades, discrepancias y hasta odio de muchos sobre todo de los dirigentes. Quizás la clave esté en esa distinción que con frecuencia hace San Juan entre el mundo y la pertenencia al Señor. Cuando Juan habla en este sentido de “mundo”, no se refiere tanto a la madre naturaleza y a todas las bellezas que el Señor ha creado, sino más bien se refiere a una estructura que tiene sus valores, sus códigos, sus intereses… en un sistema que le ha llamado Juan Pablo II, “sistema de muerte”. Y este sistema estaba presente en el tiempo de Jesús y hoy sigue estando presente en medio de nosotros. No quiere Jesús que nos salgamos del mundo y que nos aislemos como si fuéramos una secta de privilegiados y nos consideráramos salvos. No, pero tampoco quiere que sus discípulos entren en ese sistema de ambición, de dinero y corrupción que lleva a la muerte. Y es tan fascinante este sistema que cuando menos lo pensamos ya estamos hablando en términos y propuestas conforme al mundo y no conforme al plan de Dios, y a veces en los proyectos más espirituales y evangelizadores. El odio viene cuando no se acepta al otro por hermano. Si miramos a las personas diferentes como enemigos o como adversarios en nuestra lucha por los bienes materiales, se despierta la envidia y la ambición y no pensamos en que son hermanos nuestros, sino los miramos como rivales. El verdadero discípulo tendrá que cuidarse de no ser odiado por su incongruencia o por no ser fiel al evangelio, por hablar una cosa y hacer otra; esto verdaderamente nos debe preocupar. Pero cuando tenemos adversidades por la búsqueda de la justicia, de la verdad o de la solidaridad, entonces suframos con alegría porque somos testigos del Evangelio. Si nuestro Evangelio no provoca inquietud, si no despierta conciencias y no suscita conversiones y adversidades, tendríamos que revisar muy bien cuál evangelio estamos predicando.
+ Enrique Díaz Díaz
Obispo Auxiliar de San Cristóbal de las Casas
Obispo Auxiliar de San Cristóbal de las Casas
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